Delírio regulatório. Por Alfried Plöger e Ingo Plöger

La Comisión Europea ha estado trabajando durante años con la filosofía de precaución, justificando la intensa reglamentación como instrumento para proporcionar seguridad y salud de sus ciudadanos. Al actuar de esta manera, en la práctica, se afecta la libertad de acción del ciudadano y de la iniciativa privada de tal manera que innovaciones, el espíritu empresarial y la flexibilidad quedan seriamente comprometidos. Sofoca cualquier ánimo desde su nacimiento.

De la clasificación prosaica del pepino y del plátano a la regulación oriunda del principio de precaución, nada más se permite si no cumple con las normas dictadas por Bruselas. Los acuerdos internacionales, para tratar de adaptarse a las diferentes normas, crean mecanismos reglamentarios que generan contingencias cada vez menos manejables. El gran ejemplo es el «internet de las cosas», algo innovador que el ciudadano experimenta, pero que ya está sometida a esta furia. El Brexit puede ser un una clara señal de que las cosas deben cambiar en el Viejo Mundo. Y rápido.

Ya en el horizonte americano vemos el Acuerdo Trans Pacífico (TPP), cuyas vertientes pueden desatar este nudo. Se recomienda la coherencia y la convergencia regulatoria. A propósito del tema coherencia, cabe mencionar  un ejemplo brasileño: hay más de 10 áreas de gobierno que reglamentan el etanol y no son coherentes entre sí.

Sobre la convergencia reglamentaria, vale la pena mencionar el esfuerzo por armonizar las regulaciones entre los países para lograr una regulación única. Así es como el TPP es organizado y quién se enmarca en esta lógica conseguirá gran ventaja comercial. Por ejemplo, la industria de servicios de computación en los EE.UU. no exige tributación ni en la de entrada ni en la salida de los productos, lo que aumenta significativamente su participación mundial; la regulación del Big Data, por ejemplo, no se hace desde que no afecte a la seguridad del país.

Pero en Europa, el exceso de regulación paraliza los negocios, sin embargo hay peores casos. En Brasil, la furia reglamentaria alcanza niveles nunca antes visto en la historia. Incluso en tiempos más arenosos como el del CIP (Comité Interministerial de Precios), donde caravanas de empresarios  viajaban diariamente a Río de Janeiro para explicar la formación de sus precios, la burocracia no alcanzó los niveles actuales.

Tenga en cuenta lo siguiente: los recientes requerimientos del área de impuestos – tales como el e-social y el sistema Sped – excede todas las medidas vistas en los sistemas socialistas. El ímpetu regulatorio alcanza su punto culminante en el llamado Bloque K, por el cual las empresas deben informar los datos detallados de la composición de sus costos, así como el movimiento de insumos en los stocks y procesos de producción de cada producto elaborado.

Además de herir frontalmente la libertad de acción de las empresas, afecta la competitividad de las empresas al revelar secretos industriales. Y cabe la pregunta: ¿Quién está interesado en esta inmensidad de datos? Un verdadero ejército de funcionarios públicos tendrá que ser contratado para evaluar algo que no entienden y también controlar lo que es absolutamente innecesario. ¿Quieren tributar el lucro? Perfectamente. Para eso hay balances, auditorías y escrituraciones normales disponibles.

El hecho es que el e-social ha afectado la relación de trabajo. La flexibilidad de las relaciones, que sirve tanto a los intereses del empleador como el empleado, se debilita inexorablemente. Esto debe sonar extraño, incluso en la China socialista … Y por si fuera poco, se crea una «industria de multas», en medio de la mayor crisis que Brasil se ha enfrentado.

¡Ayuda! Nos están asfixiando de una vez.

Brasil necesita volver a crecer. Brasil necesita del mercado de capitales, el motor de una economía sana, que no puede ser penalizado con tantas regulaciones. Es importante disponer de medidas para proteger a los accionistas minoritarios, pero los riesgos para los administradores actualmente son demasiado altos. La sensación es que perdimos la noción de que quien lleva una empresa y asume todos los riesgos es el empresario y, por supuesto, es el mayoritario. Quién asume riesgo mayor, necesita espacio y tiempo para su acción.

Al limitar y exceder las reglamentaciones, buscando la total protección al inversor, se extirpa el elemento fundamental del mercado de capitales, que es fomentar el interés por el riesgo. Conclusión: tenemos un número creciente de empresas buscando salirse del mercado de capitales.

En estos momentos críticos, la cúpula de administración de empresas debería involucrarse principalmente con las estrategias buscando superar la crisis en los más diversos ángulos: asegurar la liquidez, el empleo y minimizar los daños sociales. Sin embargo, somos llamados a revisar las nuevas regulaciones del Nuevo Mercado y del Nivel 2 de BM&FBovespa, a digerir las nuevas normas de Auditoría Externa, emitidas por el International Accounting Standards Board (IASB), y opinar sobre las aberraciones del nuevo Código Comercial en tramitación en el Legislativo y así sucesivamente.

¡Ayuda! Están sacándonos del juego de la competencia nacional e internacional.

Al muy recordado Hélio Beltrão, ministro de la Desburocratización en los años 80, debemos ofrecer los mayores honores póstumos. Hace falta una política que tiene el valor de desregular, de aumentar los espacios para que el ciudadano vuelva a ser él mismo y el empresario se sienta animado a asumir riesgos.

Que nos devuelvan la libertad para volver a ser los brasileños que siempre fuimos, abiertos, flexibles, plurales e innovadores. ¡Sálvanos de este delirio regulatorio!

Los autores son:

  • Alfried Plöger es vicepresidente de la Asociación Brasileña de Compañías Abiertas (Abrasca).
  • Ingo Plöger es presidente internacional del Consejo Empresarial de América Latina (CEAL).

Artículo Publicado por El Diario Valor Económico de Brasil el Día 3 de agosto de de 2016. Link: http://www.valor.com.br/opiniao/4656659/delirio-regulatorio

 

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Versión original

A Comissão Europeia trabalha há anos com a filosofia da precaução, justificando a sanha regulamentária como instrumental para proporcionar segurança e saúde de seus cidadãos. Ao agir desta maneira, na prática fecha a grade da liberdade de ação do cidadão e da iniciativa privada de tal ordem que inovações, empreendedorismo e flexibilidade ficam seriamente comprometidas. Sufoca qualquer ânimo já no nascedouro.

Da prosaica classificação do pepino e da banana à regulamentação oriunda do princípio da precaução, nada mais é permitido se não se obedecer às regras emanadas por Bruxelas. Os acordos internacionais, ao tentarem acomodar normas diferentes, criam mecanismos regulamentários que geram contingências cada vez menos administráveis. A bola da vez é a «internet das coisas», algo inovador que o cidadão ainda experimenta, mas que já submetida a esta fúria. O Brexit pode ser um caro sinalizador de que as coisas precisam mudar no Velho Mundo. E rápido.

Já no horizonte americano observa-se o Acordo Trans Pacífico (TPP), cujas vertentes podem desatar este nó. Preconiza-se a coerência e a convergência regulatórias. A propósito do tema coerência, cabe pinçar um exemplo brasileiro: há mais de 10 áreas do governo que regulamentam o etanol e, creia, não são coerentes entre si.

Existem mais de 10 áreas do governo que regulamentam o etanol e que não são coerentes entre si

Sobre convergência regulamentária, vale ressaltar o esforço em compatibilizar as regulamentações entre países para se obter regulamentação única. É assim que o TPP se organiza e quem estiver enquadrado nesta lógica obterá grande vantagem comercial. Exemplificando, o setor de serviços de informática nos EUA não tributa a entrada nem a saída de produtos, com o que aumenta expressivamente sua participação mundial; a regulamentação do Big Data, por exemplo, não é feita desde que não afete a segurança do país.

Mas se na Europa, o excesso de regulação engessa negócios, pode apostar que existe um lugar pior. No Brasil, a fúria regulamentária atinge níveis nunca antes vistos na história. Mesmo em épocas mais arenosas como a da vigência da CIP (Comissão Interministerial de Preços), em que caravanas de empresários viajavam diariamente ao Rio de Janeiro para explicar a formação de seus preços, buscando autorização para a adequação dos mesmos, a burocracia não atingia os níveis atuais.

Senão vejamos: as recentes exigências da área tributária – a exemplo do e-social e do sistema Público de Escrituração Digital (Sped) – ultrapassam todas as medidas outrora vistas em sistemas socialistas. O ímpeto regulatório chega ao ápice no chamado Bloco K, pelo qual as empresas precisam informar dados detalhados da composição de seus custos, assim como sobre a movimentação de insumos nos estoques, e processos produtivos de cada produto elaborado.

Além de ferir frontalmente a liberdade de ação empresarial, a evasão destas informações afeta a competitividade das empresas por revelar segredos industriais. E cabe a indagação: a quem interessa esta imensidão de dados? Um verdadeiro batalhão de funcionários públicos terá que ser contratado para avaliar algo que não entendem e, ainda, controlar o que é absolutamente desnecessário. Querem tributar o lucro? Perfeitamente. Para isto há balanços, auditorias e escriturações normais à disposição.

Fato é que o e-social engessou de vez a relação de trabalho. A flexibilidade das relações, que atende tanto aos interesses do empregador quanto aos do empregado, está inexoravelmente prejudicada. Isso deve soar estranho até na China socialista… E, como se não bastasse, cria-se uma «indústria das multas», em meio à maior crise que o Brasil já enfrentou.

Socorro! Estão nos asfixiando de vez.

O Brasil precisa voltar a crescer. O Brasil precisa do mercado de capitais, o motor de uma economia saudável, que não pode ser penalizado com tantas regulamentações. É importante ter-se medidas de proteção aos acionistas minoritários, mas os riscos para os administradores atualmente estão altos demais. A sensação é que perdemos a noção de que quem toca um empreendimento e assume todos os riscos é o empresário e que, logicamente, é o majoritário. Quem assume risco maior, precisa de espaço e tempo para sua ação.

Ao se limitar e super-regulamentar, visando proteção total ao investidor, extirpa-se o elemento fundamental do mercado de capitais, que é o de fomentar o interesse pelo risco. Conclusão: temos um número crescente de empresas acenando com o fechamento de capital.

Nestes momentos críticos, a cúpula da administração das empresas deveria envolver-se primordialmente com estratégias visando superar a crise sob os mais diversos ângulos: garantir a liquidez, o emprego e minimizar os prejuízos sociais. No entanto, somos chamados a rever as novas regulamentações do Novo Mercado e do Nível 2 da BM&FBovespa, a digerir as novas normas de Auditoria Externa, emanadas pelo International Accounting Standards Board (IASB), e a opinar sobre as aberrações do novo Código Comercial em tramitação no Legislativo e assim por diante.

Socorro! Estão nos tirando do jogo da competição nacional e internacional.

Ao muito saudoso Hélio Beltrão, ministro da Desburocratização na década de 80, devemos prestar as maiores homenagens póstumas. Faz falta uma política que tenha a coragem de desregulamentar, de aumentar os espaços para o cidadão poder de novo ser ele mesmo e o empresário se sentir encorajado a assumir riscos.

Devolvam-nos a liberdade para voltarmos a ser os brasileiros que sempre fomos, abertos, flexíveis, plurais e inovadores. Salvem-nos deste delírio regulatório!

Los autores son:

  • Alfried Plöger é vice-presidente da Associação Brasileiras das Companhias Abertas (Abrasca).
  • Ingo Plöger é presidente internacional do Conselho Empresarial da América Latina (CEAL).

Artículo Publicado por el Diario Valor Económico de Brasil el día 3 de agosto de 2016. Link: http://www.valor.com.br/opiniao/4656659/delirio-regulatorio